¿Cómo podemos hacer etnografía de la sensorialidad
-más allá de la idea de que los sentidos son concebidos de maneras muy diversas,
como la indistinción de olfato y escucha o de sentir y oler en algunas lenguas,
por ejemplo? ¿Cómo podemos hacer más que sociología del arte -es decir,
estudios del arte como historia de instituciones y de formas artísticas, o de consumo
de mercancías culturales? ¿Podemos hacer una arte-sociología, entendiendo las
maneras en que las personas establecen vínculos especiales con otras personas y
con las cosas, animales, materiales y sustancias, más allá de los modelos de
comportamiento conductual, de transparencia lingüística o de racionalidad
medios-fines?
Bibliografía:
de
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Esta aproximación sobre la percepción, registro y transmisión de las atmósferas y los elementos sensoriales que despierta nuestra aproximación a los espacios, temas y debates investigados, me lleva a compartir lo siguiente.
ResponderEliminarEn una entrega reciente con avances sobre mi exploración, me enfoqué en problematizar la noción de geopoética, intentado explorar desde dicha categoría los fundamentos memoriales a los que acuden intelectuales, sanadores, sabios/as y líderes/as políticos/as de la nación guna dule, para explicar la noción de Abiayala. Más allá de una aproximación situada en la canónica noción de “mito y cosmovisión”, explorar la geopoética de Abiayala desde las fuentes orales convertidas en textos escritos en gunagaya y posteriormente traducidos al castellano, me permite acercarme -con su particular mediación- a la poética, estética y ética que comprometen los relatos en los que se describe la idea de Abiayala como espacio-tiempo, del que deriva su posterior politización como continentalidad alternativa a la americanidad, para los pueblos originarios. En cierto sentido, la geopoética evoca la experiencia del habitar poético de esta gran casa común, la casa cósmica que habitamos y nos habita desde la experiencia estética -belleza, horror, exaltación sublime o grotesca-, tanto como del sentir profundo que nos “humaniza”.
Esto me ha llevado a explorar e imaginar cómo podría recrear las atmósferas del babigala, que son los cantos que relatan el origen de la vida para el pueblo gunadule. Al escribir un ensayo al respecto y desde allí situar la “fuente original” de la que emerge Abiayala, ha resultado inevitable la necesidad de colocar los cantos originales como parte del documento, hacerlos sonar con el texto en su lengua cifrada: “el burbale” -que se traduce como “el cuerpo que oculta el alma”-, y que sólo pueden interpretar los sabios argar. Además, recurro a las “molas de protección” (yala burba mola), que son los patrones textiles que las mujeres guna reproducen tras revelaciones oníricas y que son cifradas en imágenes que hoy se trazan en las prendas usadas sólo en rituales -a diferencia de las molas comerciales más conocidas en el comercio turístico de la región.
Sin más detalles, el documento se convirtió en una exploración narrativa limitada a una interpretación que adeuda, todavía, la posibilidad de palpar ese ‘enredo telúrico’, geopoético, que nos transmiten los relatos antiguos de los que emergió Abiayala.
Por lo tanto, me pregunto, más allá de colocar un vínculo que permita acceder a una serie de sonidos o pegar una “imagen” que acompaña un largo texto, ¿cómo amplificar la dimensión sensorial de dos fuentes de sabiduría que apelan no sólo a una “historia” sino a una vivencia “integrada en la armonía cósmica”, según relatan los sabios abuelos guna? Esta poética de la espacialidad que abraza Abiayala me enfrenta ahora no sólo a mis límites en el quehacer etnográfico, sino a la posibilidad de producir un documento -dado que no produciré un video-documental- en el que sus lectores/as puedan tocar, sentir y experimentar registros del Babigala y el patrón “sagrado” de las molas en cuestión.