Serie Experiencias, Audio 1: Inmersiones




¿Qué es estar en campo? Es inmersión en la vida de otros, zambullirse en ella, dice Malinowski. Hablemos de la manera en que hemos hecho eso y las dificultades que implica. 

Serie Experiencias, Audio 1: Inmersiones


Bibliografía recomendada:

Malinowski, Bronislaw 1972 [1922], “Introducción: objeto, método y finalidad de esta investigación”, en Los argonautas del Pacífico occidental, Barcelona, Península, pp. 19-42

van Hulst, Merlijn, Martijn Koster and Jeroen Vermeulen, 2015, Ethnographic Research, Encyclopedia of Public Administration and Public Policy, Third Edition, Taylor & Francis, pp. 1-5  

Shoshan, Nitzan. (2015). Más allá de la empatía: la escritura etnográfica de lo desagradable. Nueva antropología, 28(83), 147-162.


Comentarios

  1. En primera instancia, al escuchar la palabra "abducción", pienso en un error metodológico y epistemológico de separar dos mundos distintos, como si el lugar y la gente estudiada habitara un opus Uranos con una lógica tan distinta a la del etnógrafo, que requiere de un cambio radical del pensamiento para comprender a esa gente extraña. En un segundo momento, siguiendo a Hulst, Koster y Vermeulen, quienes notan la diferencia entre inducción, deducción y abducción, la noción me parece mas interesante, pues intenta nombrar aquella forma de socialización del etnógrafo con aquellas elementos más sensibles y triviales de la vida cotidiana de la gente con la que trabajamos. Lo que Malinowski llama los imponderables de la vida cotidiana. Es decir, todo aquello que no puede ser representado en gráficas y estadísticas. La abducción en el trabajo de campo y la etnografía implica, a decir de Shoshan, encontrarnos con cosas que pueden generarnos repulsión, y con ello, limitar el análisis sólo a aquello con lo que sentimos empatía. La empatía podría ser peligrosa, tal como lo explica el autor, en la medida en que termina por justificar las acciones de nuestros informantes, o de tergiversar la realidad y el conocimiento construido con argumentos anclados en condiciones sociales que explicarían/justificarían lo desagradable como producto de circunstancias igual de desagradables (tal como le sucedió con los miembros de la ONG ante los cuales expuso sus ideas). Un buen ejemplo de cómo ir más allá de la empatía podría ser el trabajo de Phillipe Bourguoise entre vendedores de Crack en Harlem. Aunque, claro, hacer énfasis en lo desagradable también raya peligrosamente en un tipo de etnopornografía que resalta los elementos mas obscenos como alimento de una economía del morbo. Hacer una inmersión en los imponderables de la vida cotidiana no puede ser un acto basado en la moralidad del etnógrafo y de sus lectores para someter a borradura, precisamente, la sutileza de dichos imponderables. Es ahí de donde viene la riqueza de la labor etnográfica. Me parece que la escritura etnográfica debe siempre jugar en la balanza de lo que sirve y lo que no para el trabajo explicativo o analítico. Si lo desagradable es parte de ello, omitirlo distorsiona el análisis; si aparece como un exceso solo para el morbo, poco puede ayudar a generar conocimiento.

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  2. Shoshan especialmente abordó muchas encrucijadas con las que me encuentro en el avance de mi investigación. Mi primera pregunta habría sido ¿Desagradable para quién? Porque estoy segura de que una investigación sobre los jóvenes de ultraderecha habría recibido excelentes críticas de parte de otros miembros menos activos de ese grupo, aquellos que se autodenominan "neutrales" o "conservadores", a modo de eufemismo. Sin embargo, me hago la anterior pregunta porque pienso que mi propia investigación, aunque inofensiva a los ojos de la mayoría, resulta sumamente desagradable (incluso una afrenta) para muchas compañeras militantes en el feminismo, para empezar, porque corro un riesgo parecido al de Shoshan, el de mostrar a los hombres de mi investigación como llenos de complejidades y contradicciones (las cuales claro que tienen), y que con esto inadvertidamente termine normalizando e invisibilizando aún más la violencia machista ejercida por otros hombres que también son complejos y multidimensionales. ¿Qué pasaría con mi trabajo si, por ejemplo, dentro de 10 años, uno de mis informantes comete un feminicidio?¿O si uno de ellos es señalado como acosador?
    Por otra parte, Shoshan menciona que usualmente se ve el trabajo antropológico como una forma de dar voz a las víctimas, a los "habitantes de la posición de los oprimidos, los perseguidos o los subalternos". Esta se vuelve una doble responsabilidad para mí si tomamos en cuenta mi propia militancia feminista. Sin embargo ¿Qué pasa si mi trabajo posiciona a los hombres como "víctimas" del cada vez más ambiguo patriarcado y de nuevo invisibilizo sus privilegios y ejercicios de violencia? Y al mismo tiempo ¿No sería mi deber antropológico-feminista seguir poniendo en el centro a las mujeres y sus historias? ¿Acaso sí estoy "cuidando pitos", como alguna vez me dijo una compañera al enterarse de que estudio masculinidades? Este jaloneo que el autor describió como "Estar constantemente convocados a posicionarnos y, si rechazamos o ignoramos esa llamada, las personas con quienes trabajamos se encargan de posicionarnos" me interpela constantemente al hacer campo, y estoy haciendo un enorme esfuerzo por cuestionar el binarismo "hombre machista-hombre nuevo", sin seguir reproduciéndolo, aunque el autor se muestra pesimista ante estos esfuerzos.

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